sábado, 2 de noviembre de 2013

Relato Propio




Mi intención era subir esta entrada antes del 31 de octubre, pero no me dio el tiempo y como se dice por ahí, mejor tarde que nunca.
Este relato, al que daré paso a continuación, lo creé en 2010.  Quería escribir algo sobre una bruja y se me había ocurrido hasta el título, pero la inspiración me llegó un día mientras dormía.  Soñé la historia completa y cuando desperté, comencé de inmediato a plasmarla en papel. Al concluir reparé en una detalle que no me había dado cuenta antes, encontré su final similar al cuento "El Príncipe Feliz" de Oscar Wilde, que es mi escritor favorito, así que lo dejé tal cual, como para homenajearlo; ya que, como dije, era similar no igual.
Aquí va mi cuento, espero sea de su agrado, se llama "La Bruja que no Podía Reír".



La Bruja Que No Podía Reír



            En una pequeña localidad de Chiloé, en un cerro que se encontraba un poco más elevado que el resto del pueblo, vivía una mujer mayor a la que se le conocía como “La Bruja que no Podía Reír”.  La gente rumoreaba que, al parecer, era incapaz de demostrar afecto por otras personas, ya que nunca se le veía esbozar ni una sonrisa siquiera.  Por todas partes se comentaba lo amargada y antipática que era.
            Cuando las mujeres se la topaban en la calle, cruzaban hacia el otro lado para no tener que saludarla o escondían a sus hijos tras las polleras, “no fuese a ser cosa que les echase algún mal de ojo”.  Los hombres la ignoraban y los niños más grandes y molestosos subían hasta la vieja vivienda, para lanzarles piedras a sus ventanas o le inventaban canciones como “La Bruja Amarga-Amargada” o “La Bruja sin Risa, que no tiene Dientes”, lo que era factible debido a su avanzada edad.
            Parecía que nadie la estimaba, la única persona con la que mantenía algún tipo de trato, era con don Manuel, el dueño del único almacén del lugar, un señor tan viejo como ella.  Se conocían hacía muchísimos años, incluso el almacenero había conocido a su difunto marido, fallecido hacía ya 50 años.
            Don Manuel poseía un corazón de oro y cada vez que alguien hablaba mal de la mujer, él salía en su defensa y se explayaba contando que ella no siempre había sido así de apática; cuando su esposo estaba vivo era una mujer llena de vida.  Su marido había sido un esforzado trabajador del mar y su única familia.  Pero luego sobrevino la catástrofe: el terremoto y posterior maremoto de 1960, que le arrebató la vida del hombre amado, cuando ella era aún demasiado joven, llevándose de paso su juventud y su alegría de vivir.  Desde aquel momento jamás volvió a reír ni a sonreír.  Y se alejó lo más que pudo del mar, ese mar que le había arrebatado su felicidad, trasladándose al lugar más empinado que tuvo a la mano.
            Sin embargo, a la gente no se le ablandaba el corazón con esta historia.  Poco les importaban hechos acontecidos en una fecha tan lejana y tendían a mezclar todo con la rica mitología local, llena de seres fantásticos y brujos.  A don Manuel esta falta de interés y de respeto, lo enojaba sobremanera y no entendía como la gente podía seguir siendo tan supersticiosa en los tiempos que transcurrían.
            La bruja, que en realidad se llamaba Amelia, tenía en la cima de su loma una pequeña y pintoresca casita revestida por el frente con tejuelas de alerce; lo que era una mera fachada, debido a que la vetusta construcción sólo se mantenía en pie, sostenida en la parte trasera, por unos enormes y añosos cipreses de las guaitecas, que la sobrepasaban y les servían de pilares a su vieja casa.  Sobre el techo había crecido abundante musgo, que se asemejaba a un grueso colchón verde.  El antejardín, que era toda la base delantera de su colina (ya que se trataba de un cerro pequeño), estaba cercado por una rústica reja de palos.  En él había plantado variedad de papas, frutos del bosque, verduras que se dieran bien en aquel clima y una gran diversidad de plantas medicinales, cuyos conocimientos había heredado de sus antepasados machis.  Todo esto  le servía de sustento cuando venía el invierno, ya que a su edad sufría de múltiples achaques y, a veces, le era imposible levantarse para ir a comprar durante aquella estación.
            Un día los traviesos niños del pueblo encontraron un sucio y enfermo gato y no encontraron nada mejor que tirarlo dentro de la propiedad de la anciana.  Pensaban que ésta saldría persiguiéndolos con la escoba, en cámara lenta, como siempre.  Pero a la mujer le aquejaba una dolencia aquel día y se encontraba en cama descansando.
            Era un frío día de otoño, el viento soplaba fuerte y arremolinaba las hojas y pinochas caídas de los árboles y el pobre gato tiritaba de frío debido a los pelones que tenía producto de su enfermedad.  Comenzó a maullar tenuemente, ya que también estaba famélico, pero el silbido del viento ahogaba sus quejidos.  De repente, en un intento desesperado por ser socorrido, comenzó a maullar como condenado.  Los agudos chillidos que iban en ascenso, terminaron por despertar y alertar a la anciana, quién se asomó a mirar qué era lo que ocurría.
            La escena del minino acurrucado bajo un arbusto de su jardín, no la dejó indiferente.  Se devolvió por un chal y envolvió al gato en él.  Luego entró a su casa diciéndole:
          – ¡Gente malvada! Mira que venir a botarte aquí para que te murieras, seguro que pensaron que no te acogería en mi casa… sé de unas medicinas naturales para tu mal, en unos días estarás bien y podrás volver a tu vida errante otra vez.  Mientras las preparo, te voy a dar algo para comer.
          El gato fue embetunado con una pomada casera día tras día y, al cabo de unos cuantos, comenzaron a asomar los primeros pelos azabaches nuevos, en el lugar donde antes habían pelones.  En un par de semanas el minino estaba totalmente recuperado y lucía un radiante y espléndido pelaje negro y muy animado saltaba y jugaba sin parar.
            Amelia vio que ya era hora de que el minino siguiera su camino.
            – Bueno dijo la anciana, dejándolo a la entrada de la reja de palos. Ya eres libre, puedes ir donde tú quieras.
            Pero el gato se le cruzó por entremedio de las piernas y con su, ahora, peluda cola pasó a rozar la piel de la anciana, ahí donde la larga falda no la cubría.  Esto le provocó muchas cosquillas y no pudo evitar lanzar una enorme carcajada que retumbó en todo el pueblo.  Amelia se agachó agarrando al gato con sus huesudas manos y lo estrechó contra su pecho.  La cola de éste pasó a rozar ahora su cuello y ya no pudo parar de reír.
            – ¡Ja ja ja! ¡Décadas que no me reía! Y con cada caricia, la entonación de la risa iba creciendo en volumen.
            Abajo, en el poblado, retumbaban como ecos y se oían como sonidos de ultratumba.  Las madres horrorizadas entraban a sus hijos y cerraban puertas y ventanas con doble tranca.
            Nada bueno se puede esperar de esto. Decían ¡Que Dios nos ampare, la Bruja ha reído!
            Y así cada día el travieso minino divertía a Amelia haciéndola lanzar profundas carcajadas, que eran recibidas con una señal de la cruz por los habitantes del pueblo.
            El invierno estaba próximo y los pronósticos preveían que se vendría crudo.  Amelia pensó que sería bueno aperarse con algunos víveres antes de que éste llegara.  Así que salió con “Cheshire”, que así llamó a su gato por el micifuz sonriente que aparecía en el libro “Alicia en el País de las Maravillas” (siempre fue una ávida lectora), camino al negocio de don Manuel.
            La gente, al verla pasar, la miraba espantada como si se tratara de una aparición. Pero hubo un grupo que se envalentonó y dirigió sus pasos hacia ella, tal vez para arrojarle cosas o gritarle improperios, nunca se supo, ya que en ese preciso instante, Cheshire salió de la canasta donde se encontraba oculto y aquellas personas que eran muy supersticiosas, palidecieron de inmediato.  El grupo se dispersó, todos corriendo torpemente hacia cualquier lado, mientras algunos decían:
            Lo ven…es una Bruja de verdad… ¡tiene un gato negro!
            Amelia acarició el lomo de su gato en agradecimiento por haberla librado de algún mal rato y apresuró el paso hacia el almacén, en la posibilidad que sus seniles piernas le permitieron.
            El invierno llegó y se vino implacable.  Aunque Chiloé es muy lluvioso durante todo el año, este invierno en especial fue peor que años anteriores.  Un temporal que más bien parecía diluvio azotaba la zona, pero Amelia y Cheshire estaban bien guarecidos en su hogar.  Aunque el techo tenía algunas goteras, se encontraban calientitos al lado de la cocina a leña.
            Por la radio informaron que si no cesaba el temporal, el pueblo pronto quedaría incomunicado, ya que las vías terrestres estaban bastante deterioradas y obviamente era imposible usar las marítimas.  Los pronósticos meteorológicos no eran muy alentadores.
            Sin embargo, al día siguiente, los locutores radiales se alegraban de que la tormenta hubiese amainado y hacían bromas de los meteorólogos que nunca aciertan.  Pero Amelia sabía que todo este remanso no era más que momentáneo.  El dolor en sus articulaciones y las nubes negras en el cielo le anticipaban que otro temporal se aproximaba y muy pronto.  Rápidamente, agarró a Cheshire y se fue en dirección del almacén de don Manuel, en esta ocasión no para comprar, sino para ofrecer su ayuda.  Ella sabía que con un nuevo frente de mal tiempo quedarían definitivamente aislados y el almacén no tardaría en quedar desabastecido por completo.  Así que ofreció a don Manuel aperar su negocio, gratuitamente, con frascos de mermelada y conservas hechas con sus propias manos, frutos secos y carnes secas, también vegetales provenientes de su huerto, además de galletas caseras y pan amasado.
            Aunque la anciana prefería que su noble gesto se mantuviera en reserva, don Manuel quería que todo el mundo se enterara de lo buena gente que era doña Amelia, para que cambiaran de una vez por todas esa mala impresión que tenían de ella.  Así que salió emocionado, pregonando las buenas intenciones de la mujer.  Pero, a diferencia de lo que él creía, la gente se encolerizó.  Decían que, en primer lugar, el mal tiempo ya se había ido y las autoridades ya venían con ayuda y víveres.  Y, segundo, jamás comerían algo hecho por esa Bruja, ya que seguro estaba envenenado o hechizado.
            Amelia, que había salido detrás de don Manuel con Cheshire en sus brazos, agachó la cabeza y se fue caminando en silencio, pero las personas tuvieron el coraje de empujarla para que apresurara su lento caminar, gritándole además ¡qué toda esta calamidad era por culpa suya!
            Este segundo frente de mal tiempo que azotó a la isla fue más cruento y largo que el anterior.  Muy pronto el negocio de don Manuel quedó sin suministros y la gente comenzó a entrar en pánico cuando empezó a escasear la comida en sus hogares.
            En un momento, la lluvia bajó de intensidad y la gente comenzó a aglomerarse en torno a la iglesia para ir a rezar.  Ahí fue que alguien recordó que la Bruja había ofrecido compartir sus víveres con todos.  Entonces se dirigieron a casa de Amelia para exigirle el cumplimiento de su palabra.  Todo el pueblo rodeó la cerca de palos del antejardín de la anciana, formando un barullo ensordecedor, gritando para que ésta se levantara a recibirlos.  Algunos perdiendo el control, sacudían la endeble reja, la que en cualquier minuto se venía abajo.
            Don Manuel llegó allí justo a tiempo para calmar y organizar todo.  Junto a su esposa coordinaron la entrega de las provisiones de Amelia a cada una de las familias del lugar, las que ordenadamente esperaban su turno en una larga fila.  La despensa de la anciana parecía ser de “virtud”, ya que nunca se agotaba.  Lo que sucedía era que, bajo su casa, tenía un sótano donde almacenaba todo.  Esto prefería mantenerlo en secreto, ya que, si se hubieran enterado los demás, quizás qué cosas le hubiesen inventado: que allí guardaba el caldero o que lo utilizaba para los aquelarres.
            La lluvia comenzó a intensificarse una vez más y la multitud a inquietarse.  Amelia había preferido que su adorado minino siguiera dormitando junto a la cocina a leña, la que estaba apagada, pero que aún mantenía el calor en el interior y no que estuviera acompañándola y pasando frío a la intemperie.  Esto la tranquilizaba y proseguía concentrada en su labor de ayudar, muy seriamente, como era ella.
            En un dos por tres, la lluvia triplicó su intensidad, convirtiéndose nuevamente en un diluvio.  Amelia, don Manuel y su esposa trataban de agilizar lo más que podían el reparto.  Estaban en eso cuando se oyó un extraño sonido que no había sido producto de un trueno.  Por el lado posterior de la casa de Amelia, la ladera del cerro estaba cediendo con todo el exceso de agua.  No pasó mucho tiempo cuando esto se transformó en un gran aluvión.  Gracias a Dios, nadie vivía hacia el desplayo de aquel lugar, por tratarse de un terreno baldío, desforestado por la propia acción del hombre, quién había ocupado con desmesura la materia prima del bosque como combustible y para la fabricación de casas y embarcaciones.  Esto hizo que el desprendimiento de tierra fuese tal, que el deslizamiento abarcó una mayor extensión de terreno, carcomiéndose todo hacia arriba, comenzando a engullir a los vetustos árboles, que uno a uno fueron desplomándose, dejando al descubierto sus enormes raíces enlodadas y deslizándose cuesta abajo como en un tobogán.
            Amelia pegó un grito agudo.  Si se desplomaban todos los añosos cipreses, también lo haría su humilde morada y ¡su Cheshire estaba dentro!. Corrió demasiado rápido para una persona de su edad, parecía no aquejarle ninguna dolencia en aquel minuto y así, en un instante, estuvo dentro de su casa.  Se le vio aparecer de manera fugaz por la ventana de la cocina, empujando a Cheshire por la misma.  Se oyó el crujir de los últimos árboles que cedían y que a la vez sostenían la casa, y nada más se pudo hacer, en un abrir y cerrar de ojos, la humilde vivienda se fue cuesta abajo con su dueña en el interior.  La gente enmudeció.  El cura del pueblo, que también se encontraba allí, se sacó el sombrero y elevó unas plegarias al cielo por la mujer.  A pesar, pensaba él, que jamás la había visto asistir a alguna de sus misas.
            Don Manuel fue el único que se acercó al punto del desastre, para ver si por algún milagro divino, su amiga hubiese salvado con bien.  Allí descubrió el subterráneo que había quedado al descubierto, en donde, lamentablemente, no estaba Amelia.  Miró hacia el pie del cerro, hacia el lodazal y los escombros, pero era poco lo que podía distinguir con la copiosa lluvia y la penumbra de la noche que ya se hacía presente.  Su señora lo convenció de iniciar la búsqueda a la mañana siguiente.
            El mal tiempo ya había declinado al siguiente día.  El aguacero había terminado durante la noche y don Manuel y su familia partieron con los primeros rayos del sol, en misión de rescate.
            Sobre los maderos y restos fangosos de lo que hubiese sido una casa, encontraron a Cheshire empapado y entumido.  Don Manuel lo tomó para abrigarlo en una frazada, pero el gato luchó por zafarse y de un brinco estuvo, de nuevo, en el mismo sitio, aunque esta vez arañaba el suelo con desesperación.  Y, ahí, bajo los escombros encontraron el cuerpo de la desafortunada Amelia, la que no logró sobrevivir a tamaña tragedia, pero que a pesar de todo, mantenía una expresión feliz en el rostro, como de satisfacción y quietud.  Todos los presentes hicieron un minuto de silencio en su honor.
            Manuel pensó en adoptar a Cheshire, en pago por la bondad de su amiga y en oposición a su esposa, sin embargo, una vez lo tomó para acariciarlo, éste se soltó nuevamente y huyó del lugar.
            Al funeral de Amelia, a diferencia de lo que se pudiera pensar, asistió todo el pueblo.  Todos con la cabeza gacha, avergonzados por su actitud anterior.  El alcalde la nombró hija ilustre póstuma y el cura dio un conmovedor sermón a cerca del buen corazón de la anciana.  Don Manuel reflexionaba para si, que, si tal vez, ella hubiese sido un poco más egoísta y no hubiese compartido sus alimentos con los demás, quedándose al abrigo de su hogar, a la hora de la tragedia hubiera podido guarecerse con su gato en aquel subterráneo, él que le habría servido de refugio.
            Las autoridades no tardaron en hacerse presentes en la localidad en pocos días.  Enviando helicópteros con ayuda y provisiones para los damnificados de la zona.
            Unos socorristas que quitaban los escombros al pie del cerro, descubrieron a Cheshire, nuevamente sobre lo que fuese su casa, pero en esta ocasión, el pobre minino no había podido sobrevivir a las bajas temperaturas, ya que, más fiel que un perro, había aguardado, día y noche, el regreso de su ama.  Lo metieron dentro de una bolsa plástica y sus restos fueron a parar directo al vertedero.
            Pero, las buenas acciones nunca pasan desapercibidas ante Dios.  Y los corazones de la anciana y de su fiel mascota ascendieron directamente al cielo, donde fueron recibidos por los ángeles con los brazos abiertos en el paraíso.  Y así, La Bruja que No Podía Reír, lució, para siempre, una hermosa y radiante sonrisa.

FIN


Licencia Creative Commons
La Bruja que no Podía Reír por Ursula Véliz se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.


-----------------------------------------------------------------------------------------------



Pequeño Glosario


Machis


- Ciprés de las Guaitecas: (Pilgerodendron Uviferum). Es endémico de Chile y Argentina y su hábitat se localiza desde el sector cordillerano de Valdivia hasta Tierra del Fuego, siendo la conífera más austral del mundo. (Wikipedia)

- Chiloé:  Por favor remitirse a mi entrada "La Pincoya y su Círculo Familiar"

- Gato de Cheshire:  Es un personaje ficticio creado por Lewis Carroll en su conocida obra Alicia en el País de las Maravillas. Tiene la capacidad de aparecer y desaparecer a voluntad, entreteniendo a Alicia mediante conversaciones paradójicas de tintes filosóficos. (Wikipedia)

- Machi:  -Es el nombre usado para designar a la persona que tiene la función de autoridad religiosa, consejera y protectora del pueblo mapuche.
Debido a que actualmente es mucho menor la proporción de hombres que cumplen la función de machi, normalmente se describe al machi como a una mujer mapuche. (Wikipedia)

-Así como el calcu (kalku) o brujo practica  la magia negra y ocasiona maleficios, desgracias y daños de toda índole, sobre todo la muerte por envenenamiento y las enfermedades, el machi está destinado a anular la acción de aquél y a contrarrestar su acción ya realizada. Es por eso que el calcu es considerado como maligno y el machi, en cambio, como un benefactor. (Fuente: http://ojoconelarte.cl/?a=1987)

- Terremoto de 1960:  El terremoto de Valdivia de 1960, conocido también como el Gran Terremoto de Chiletuvo una magnitud de 9,5, siendo así el más potente registrado en la historia de la humanidad. (Wikipedia)

-------------------------------------------------------------------------------------------


Es todo por hoy amigos.
Próxima Entrada: "La Sirena Andina"




NOTA IMPORTANTE:  Navegando por internet (y para mi sorpresa), descubrí que ya existe un libro titulado La Bruja que no Sabía Reír (que era el nombre original, en un principio de mi obra), así que he optado por cambiar el "Sabía" por "Podía", ya que mi historia no tiene relación alguna con aquel libro publicado.